Éramos la cama, Daniela y yo diciéndonos con la mirada que no estábamos en nuestro mejor momento, que estábamos desechos, desordenados y con las sábanas al borde de la suciedad. Yo soy un caballero, así que le cedí la blanca almohada de espuma tratando de fabricar una sonrisa o por lo menos el sonido del suspiro inquieto que adornara el silencio. En lugar de eso Daniela desvió la mirada llevándose un dedo con uñas verdes largas a la lengua, con rabia se arrancó todo el esmalte y me lo escupió.
Perra, me di vuelta en el mismo lugar, estaba acostado por cierto, y cerré lo ojos pegándole en mi mente. Daniela refunfuñó aburrida de la cama, aburrida de la almohada de espuma, aburrida de mí... y yo refunfuñé porque una vez más estaba en sus odiosos días de histeria en los que me trata como un objeto y desahoga sus mañas en mí.
Éramos la cama, Daniela y yo diciéndonos con la mirada que lo único que nos unía era la suavidad de las sábanas con olor a humano, con sabor a cebo.
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