sábado

Ayer te vi cuando bajabas lento del casi último vagón con los ojos caídos, mas abajo que nunca y la sonrisa gris quemada por los inviernos. Me recorrió un calor en la espalda, uno de esos calentamientos comunes, no de ganas sino de humilde inmovilidad.Yo sentada y tu bajando, yo esperando, no una Penelope sino que como una simple dama abandonada en el asiento naranjado queriendo que el metro esté vacío para que ninguno roce sus caderas; con los audífonos al volumen más bajo y la boca degustando mentas. Ayer te vi y me viste entre una multitud plantada al piso, estática, como si mi rostro hubiera estado iluminado, como si mi cuerpo siguiera siendo el mismo, ese pegado a los huesos, ese vital y delgado. Y yo te vi, tu eras rasguño y virulencia, las guerras titanicas te habían robado casi todas las lágrimas y tus ojos... aguados antes, opacos ahora, me obligaron tropezar en otro rostro hasta simular olvidarte. Bajaste aún más la mirada y te vi huir de la estación a brincos, las escaleras y la mueca del adiós.

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